Técnica de pintura mural, que consiste en la aplicación de tintes minerales sobre una mezcla de cal y arena, llamada revoque, que se dispone previamente sobre un muro o cielo, tradicionalmente en al menos tres capas. La primera de estas debe ser rugosa y de arena gruesa, mientras que la segunda (en que se traspasa el boceto al soporte) corresponde a una textura más fina. Finalmente, el pigmento se aplica sobre el tercer revestimiento. Este último se añade en la medida en que se va pintando, ya que en el proceso de secado la imagen se fija definitivamente, gracias a la reacción química que se produce entre la pintura y la cal, volviéndose insoluble y parte integral de la superficie. Los frescos suelen ser obras de gran formato y pueden realizarse a la cal (incorporando esta sustancia al color), a la aguada (sin utilizarla) o combinando ambas opciones.
Los frescos más antiguos que se han encontrado fueron creados en la última etapa de la Civilización minoica (entre 1200 a.C. y 1050 a.C.), en Creta. En ellos se utilizó el mismo proceso que en épocas posteriores. Algunos ejemplos son la Antigüedad Clásica (en que destacan los de Pompeya), el Medioevo (especialmente las iglesias románicas de los siglos XII y XIII) y, el Renacimiento donde tuvo un papel preponderante, con exponentes como Giotto (ca.1266-1337) y Masaccio (1401-1428), entre otros.
En Chile, Laureano Guevara fue precursor en el estudio y posterior enseñanza de esta técnica. Su alumno Gregorio de la Fuente es considerado uno los exponentes más destacados a nivel nacional. A ellos se suman Osvaldo Reyes y Julio Escámez, entre otros, quienes también realizaron obras al fresco.
ASCHERO, Carlos, 1968. La pintura al fresco. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
DOERNER, Max, 1991. Los materiales de pintura y su empleo en el arte. Barcelona: Reverté.
MAYER, Ralph, 1993. Materiales y técnicas del arte. Madrid: Tursen Hermann Blume Ediciones.